lunes, 28 de noviembre de 2011

Cuentos de la infancia de Alfredo Alvarado, "El Rey del Joropo" (mi padre), VII y VIII.

DEL CORRECCIONAL AL HOSPITAL
(cap.VII)

Fui a parar a un correccional de Maracay. Mi papá me echó el guante en la calle por medio de un homosexual que se llamaba Jerónimo, y me mandó para la Trinidad. Un correccional que era peor que lo malo, administrado por unos curas alemanes que daban el palo que daba tristeza. Uno de los curas mataba gatos con una escopeta. La diversión de él era matar gatos. Unos sádicos esos curas, poseían a los muchachitos allá dentro. Claro, ellos estudiaban a los niños. Al que tenía alguna tendencia feminoide lo mariqueaban. Yo me salvé de que me corrompieran porques se me infestó la pierna, la parte de los tobillos que tenía la piel muy sensible a causa de los grillos. Los curas me mandaron para el hospital. Y al hospital fui a parar con un gato en la bolsa de la ropa. Cuando llegué, me quitaron la bolsa para revisarla. Al abrirla, saltó el gato. ¡Un gato! -gritó la enfermera-. Y vivo -le dije yo-


En el hospital comenzaron a tratarme la pierna. Me trataban la llaga con permanganato y polvos de sulfatiazol, que era lo que había. Entonces yo si veía que las personas que se morían en la sala donde yo estaba quedaban desvalijadas, pues llegaban los enfermeros con la camilla y lo primero que hacían era registrar debajo del colchón y de la almohada, y, si había un
bojote, un pañuelo con billetes y tal, se lo cogían. Empecé a ver, pues, que los enfermeros robaban a los muertos, que si sortijas, que si cadenas, que si correas, que si zapatos, toda vaina (cualquier cosa), cigarrillos, galleticas. Y me puse a cazar a los que se ponían graves.

Al lado mío había un hombre que tenía hidropesía y yo oí que el médico le dijo a la enfermera en una de ésas que estuvo de visita: este hombre se muere. Y me dije: ¡coño! éste se va a morir. ¿Cómo hago para quitarle los reales antes de que se lo vayan a quitar los enfermeros? Me hice amigo del hombre esa misma tarde. Se llamaba Tiburcio. Le dije: estoy a su orden, cuando usted quiera una vaina cualquiera, usted me avisa, que yo soy el que le va a atender desde ahora en adelante porque a usted no le para nadie (no le hacen caso). No moleste al enfermero ni a la enfermera ni a nadie, que yo lo atiendo. ¡Ay, mijito! caramba, muchas gracias, eres como un hijo. Me llamaba: ¡Ay, mijito! quiero agua. En seguida. Buscaba el agua. Aquí está el agua. Le trajo naranjas la familia. Yo le pelé las naranjas. Yo le botaba el pato. Pasaron siete días. las enfermeras muy contentas, porque les quitaba trabajo. Tiburcio muy contento porque no le faltaba nada. La familia de Tiburcio encantada conmigo. Hasta me traían mis naranjitas y mis juguitos. A los veinte días, como a las once de la noche, oí que dijo: ¡Aaaay! y templó el cacho. Yo dije: se murió.

Entonces metí mi mano por debajo de la almohada y jalé mi herencia, lo que me pertenecía en realidad. Cogí mi bojotico, un pañuelo con reales, y me fuí al jardín. Un jardincito que quedaba al frente de la sala nuestra. Un jardincito de rosas. Abrí mi hueco y enterré el pañuelo. Y me vine a acostar sin decirle a nadie que Tiburcio se había muerto, y me quedé tranquilo. No sé si me dormí. De repente oí el run run. ¡Se murió el dieciocho! -dijo alguien-. Llegaron los camilleros con la burra, una bicha de palo que alzaban para montar los muertos. Montaron a Tiburcio y comenzaron a registrar debajo del colchón, debajo de la almohada, en la funda. Registraron los zapatos. hasta se pusieron a registrarle los bolsillos. Volvieron una zaranda todo aquello. Entonces, al no encontrar nada, me llamaron: mira, chico, mira, se murió el hombre que tu atiendes. ¡Cómo va ser! -respondo-. Pobre Tiburcio. ¡Ay! Tiburcio, que desgracia, que dirá su familia que lo quería tanto. Y me puse a llorar hasta que me alzó uno de los camilleros: ¡Mira, niño! ¿tu no has visto el pañuelo que él tenía debajo de la almohada? ¡Ay Tiburcio, pobre Tiburcio!, no, yo no he visto ningún pañuelo, no, no puede ser, pobre Tibur... A mí me huele -dice el camillero- que tu cogiste el pañuelo. No, señor, yo soy incapaz. ¿Incapaz?.

La cosa quedó ahí. Se llevaron a Tiburcio. La familia vino a buscarlo al día siguiente. La mamá de Tiburcio me fue a ver a mi cama. ¡Hijo!, te has portado muy bien con Tiburcio. Dios te lo pague. Y me dió dos bolívares y un beso en la frente. Me puse muy triste y hasta lloré. Adios, señora, usted es muy buena.


A la noche siguiente me fui al jardín, desenterré el pañuelo, salté por la pared y me fui.
En el pañuelo tenía cuatrocientos bolívares y unas monedas de oro, unas morocoticas.
De un solo trancazo fui a parar a Maracaibo.



De Maracaibo a Caracas
(Cap VIII)

A Maracaibo fui a trancar. Me compré unos pantalones, muy de moda entonces. Me compré una pajilla así muchacho com estaba, y empecé a gastar mis centavitos hasta que me quedé pelao y limpio. Ya limpio me dijeron que había una fiesta en el Moján. Me dije: Voy para la fiesta. Me fui a pie, por la línea del tren, por ahí me fui y cuando vine a ver ya era la cosa lejísima y tuve que dormir en el monte y beber agua en un pozo y llegué a los tre días al Moján. Se había acabado la fiesta. Sólo quedaban los papelitos pegados en las paredes y en los postes de la plaza. Pero me encontré con un aviso que decía: Se solicita un muchacho. Era una bodega. Pregunté: ¿Usted solicita un muchacho? Sí. yo solicito un muchacho -me dijo un hombresote barrigón-. Usted va a ganar un real diario. Un real es lo que pagamos y tiene, pues, que ir a buscar los plátanos con el burro. Pero, ¿a dónde? -pregunto- No se preocupe, el burro sabe -me dice el hombresote... -Usted se monta en el burro y el burro va a buscar los plátanos. Lo que tiene es que montar el burro.

En la tarde salí con el burro. Fui a parar al río. Regresé con los plátanos, pero el trabajo no terminaba ahí. El hombresote me mandó a barrer la bodega, a limpiar los peroles, a colocar el papelón, a cambiar el casabe y picralo. No, ahí no se paraba de trabajar.
Al otro día cobré mi real y me vine para atrás en una colita que me dieron en un camión de carbón.

Llegué enfermo a Maracaibo, con una disentería. Traía un parásito que llamaban "tenia nana", una solitaria de perro, una cantidad de bilharzia y amibas. Fui a para al hospital y estuve ocho días hasta que un médico decidió operarme. Me fugué del hospital con todo y batola. pero terminé preso por andar vagando en el mercado.
A los dos días estaba en caracas otra vez, porque mi papá había puesto el denuncio y el denuncio funcionó.



Glosario del cap. VI:
- vaina: cualquier cosa
- no pararle: no hacerle caso
- pato: bacinilla para enfermos usada en los hospitales.
- templar el cacho: morirse
- bojotico: paquete pequeño
- zaranda: desorden
- morocota: moneda antigua de oro y de plata

Glosario del cap. VII
:
- trancar: Llegar
- pajilla: sombrero
- de un sólo trancazo: de un sólo impulso
- pelao, limpio: quedarse sin dinero
- peroles: cacharros
- papelón: pán de azúcar sin refinar
- casabe: Torta o galleta hecha con harina sacasda de la yuca o mandioca
- colita: auto-stop
- denuncio: denuncia policial

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Nuestro cerebro se reorganiza con las películas de terror



Según describía Aristóteles, el miedo, la identificación con el sufrimiento de los personajes y el resto de emociones que inspiraba la tragedia griega lograban una 'catarsis' sobre los espectadores, que quedaban así liberados de sus propios temores. Su alma, decía el filósofo, se purificaba.

Ahora, las técnicas de escáner cerebral y análisis de hormonas han permitido a los científicos profundizar en los fundamentos biomédicos de esta purgante experiencia.

Las vivencias estresantes reconfiguran el modo en que funciona nuestro cerebro: los sentidos se agudizan, se reviven malos recuerdos y se bloquean los mecanismos que usamos para deliberar pausadamente. Todo ello nos impulsa a actuar con rapidez y ofrecer una respuesta -atacar, huir...- a la amenaza que tenemos enfrente.

Películas como Poltergeist generan estrés en el espectador.

Con el fin de analizar los mecanismos neuroquímicos asociados a este estado, un equipo de investigadores ha expuesto a 80 voluntarios al visionado de escenas de terror, mientras les estudiaban con resonancias magnéticas.

Poltergeist. Imagen tomada de Bohemea

El estudio -dirigido por Erno Hermans, de la Universidad de Nueva York (EEUU), y publicado en la revista 'Science'- ha confirmado que el cerebro reorganiza sus redes neuronales para dar respuesta al estrés y ha permitido trazar cómo se genera este cambio.

Varias áreas corticales y subcorticales del cerebro se activan y aumentan su conectividad durante el visionado, según han mostrado las imágenes por resonancia.

Esta reestructuración está motivada, de acuerdo con la investigación, por la acción del neurotransmisor noradrenalina, según ha podido medirse en los participantes. Por el contrario, el cortisol, otra hormona relacionada con la respuesta al estrés, no está involucrada en este proceso, tal y como han constatado los científicos.

Para poder medir la respuesta de los voluntarios, los investigadores sometieron tanto a películas de terror como a escenas corrientes a los voluntarios, y midieron en su saliva la presencia de compuestos asociados a la exposición a situaciones de estrés.

"Hemos mostrado que la actividad neuromoduladora noradrenérgica en la primera fase de la respuesta al estrés promueve una reorganización de recursos neuronales. Estos establecen una red que abarca regiones involucradas en la reorientación de la atención, el aumento de la vigilancia perceptual y el control automático neuroendocrino", concluyen en su informe Hermans y sus colegas.

En otras palabras, las escenas y películas de terror pueden poner a nuestro cerebro en un estado de alerta y desencadenar los procesos neuronales con que nuestra especie ha aprendido a hacer frente a situaciones difíciles.

Fuente: el mundo.es