jueves, 5 de abril de 2012

"Que tu vida sea una fricción para detener la máquina", breve historia de los EE.UU, (video)


Encontré un video excelente que narra en forma breve y magistral la historia de los Estados Unidos pero, aún no circula en la red con los subtítulos en español. Sin embargo, existen varios blogs que tienen la traducción al español del video. No te lo pierdas pues estoy segura que te interesará sobremanera saber lo que hay detrás del llamado Mito estadounidense, ése que proclama insistentemente a todos sus ciudadanos y a todas las naciones del mundo -invadidas o no- que Estados Unidos busca la igualdad para la humanidad entera, y que los propósitos de ese país para con el mundo son "nobles en sus intenciones y esencialmente benevolentes". Un mito sustentado y remachado de tal forma en las identidades de los estadounidenses, que al dudar de tal creencia es como si también dudasen de sí mismos.

En este video se devela de qué manera se sustenta el mito de "
la benevolencia altruista y heroica de los EE.UU" a través de imágenes que atraparán completamente tu atención, imágenes que te mostramos por medio de algunas capturas de pantallas hechas al video, y que son una pequeña muestra del contenido visual de este excelente documento. Anímate a ver el video completo porque estoy segura que no te arrepentirás.

Transcripción


"La pesadilla y la locura son semejantes: estados misteriosos e involuntarios que sesgan y distorsionan la realidad objetiva. Se despierta de la pesadilla; de la locura no se despierta.

La pregunta esencial de nuestra era es si los estadounidenses viven en un estado o el otro.

Durante doscientos años se ha adoctrinado a los estadounidenses con una mitología creada, impuesta y sustentada por una cábala manipuladora: la elite financiera que basó su control absoluto en la fuerza y la sangre, la buena voluntad, la ignorancia y la credulidad de de su ciudadanía.

EE.UU. comenzó con la invasión de un continente poblado y el genocidio de su pueblo nativo. Una vez establecido sólidamente, injertó la esclavización de otra raza sobre esa base.

Con esos dos pilares del Estado firmemente en su sitio se declaró una nación independiente en un documento que proclamaba noblemente la igualdad de toda la humanidad.

Con ese acto de monumental hipocresía comenzó el mito de EE.UU.

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Se escribió una constitución que llegó a considerarse la Escritura Sagrada Estadounidense. Sus propósitos iniciales eran la defensa de la propiedad privada y la supresión de la democracia de masas. Ha cumplido esos dos mandatos más allá de los sueños más osados de sus creadores.

Una vez que la oligarquía existente se aseguró legalmente y se exterminó a la mayoría del pueblo nativo, la clase gobernante aumentó fantásticamente su riqueza y poder en el Siglo XIX, utilizando al gobierno como una herramienta suya, explotando hasta el límite el mecanismo de las corporaciones legalmente constituidas.

Con su fenomenal poder del dinero, la elite financiera comenzó a utilizar a los militares para expandir su influencia más allá del continente. Anexionaron, invadieron y poseyeron directamente regiones territorios, islas y países enteros aplastando, reprimiendo y gobernando a sus poblaciones.

Los estadounidenses de a pie, como cualquier pueblo, necesitan creer que sea lo que sea lo que emprende la elite gobernante en nombre de su nación es esencialmente benevolente, noble en sus intenciones y justificado en los hechos, así que hubo que modificar radicalmente el mito para llevar a cabo la expansión imperial.


La historia fundacional fue que los estadounidenses habían llegado a una tierra de nadie repleta de salvajes impíos, y mediante su invencible fuerza de carácter, determinación y pureza, amansaron el país y ganaron de forma honorable en derecho a poseer su dadivoso hogar.

En la era de expansión extra-territorial esa versión se pulió para justificar y ennoblecer el imperialismo. El nuevo corolario era que EE.UU. no podía ignorar la brutalidad colonial pero se veía obligado por el Destino Manifiesto que nos condujo a civilizar nuestro propio continente, a realizar nuestra misión en la aterradora oscuridad dondequiera que la tiranía creara abuso y sufrimiento.

Un mito nacional que agrupa absolutamente la lealtad de un pueblo a su gobierno debe ser un sutil y poderoso elixir que eleva y aumenta la autoestima de ese pueblo. La política parecerá entonces una extensión de la voluntad innata de su superior ciudadanía y la base de una arrogancia justificada hacia el mundo inferior.

El simple y poderoso mito de la benevolencia altruista y heroica de EE.UU., formado y mantenido por la elite financiera/política del poder, inculcó a los estadounidenses un profundo y escandalosamente egotista sentido de superioridad racial que, movilizado en apoyo a diversas empresas imperiales, ha dado a todas esas aventuras el carácter de una cruzada casi religiosa. De esta manera, el imperialismo insaciable adquiere la aparente perfección moral de un silogismo.

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Con la Segunda Guerra Mundial, el mundo se volvió a configurar. El capitalismo estadounidense emergió supremo del horror que prácticamente había destrozado a sus socios capitalistas. La Unión Soviética, sin embargo, después de haber sufrido de lejos la mayor devastación por parte de la Alemania nazi, había emergido sorprendentemente de su ruina para convertirse en el principal desafío a EE.UU. como potencia mundial.

Ese desafío no fue competitivo, fue sistémico: El comunismo soviético fue una amenaza directa a la hegemonía estadounidense porque refutaba categóricamente la base filosófica del capitalismo depredador. Basado en Marx y Lenin, atacaba los males inherentes del capitalismo, monstruosas desigualdades y flagrantes injusticias que, exacerbadas por la especulación, la explotación y el fraude, lo destruiría. Y promovía la revolución mundial con ese fin.

El enfrentamiento de gigantes en la Guerra Fría necesitó un ulterior refinamiento del mito estadounidense. Entonces, en lugar de simplemente intervenir en situaciones en las que despotismo o tiranía exigían que EE.UU. implantara por la fuerza su justa y ética democracia, EE.UU. tuvo que convertirse en el escudo y el bastión del sagrado sistema capitalista en el cual “la libre empresa” se identificó cada vez más, como por parte de magia, con la democracia, y había que defenderla de la misma manera.

Esta versión prevaleció durante numerosos enfrentamientos por encargo en todo el globo en la era de la Destrucción Mutuamente Asegurada y sobrevivió incluso a la debacle de Vietnam, durando hasta el colapso de la Unión Soviética, mientras la corriente de propaganda se hacía más intensa y dominante. La radio y la televisión sometieron a los estadounidenses a una ininterrumpida andanada de súper-patriotismo en la que la superioridad moral de EE.UU., es obvia y sus autoproclamados valores de generosidad y decencia son sus pruebas indiscutibles.

La implosión de la Unión Soviética dejó a EE.UU., en su propia terminología, como “Única Superpotencia en un Mundo Unipolar”. Esto, sin embargo, no llevó a una disminución del mito. El efecto práctico de la ausencia de un enemigo apocalíptico –en aquel entonces no era plausible presentar a China en ese papel– fue sobrecargarlo aumentando su elemento de puro egotismo. EE.UU. ya no tenía el papel de defender el “Mundo Libre” contra una herejía monstruosa; ahora, gracias a su beatífico “excepcionalismo”, universalmente reconocido, debía supervisarlo y controlarlo en función de los intereses, o en beneficio, de naciones inferiores.

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“El poder corrompe”, dijo Lord Mahan, “y el poder absoluto corrompe absolutamente”.

Cuando se desintegró el único rival y contrapeso del poder estadounidense, hubo una sensación dentro de la elite del poder de EE.UU. de que existía la oportunidad, por primera vez en la historia, de que un país dominara absolutamente y controlara efectivamente a todo el mundo.



Este consenso se expresó en una declaración política compuesta por un cuadro de importantes protagonistas derechistas que representan masivos intereses capitalistas corporativos llamado Proyecto para un Nuevo Siglo Estadounidense. Este manifiesto triunfalista trazó un plan para el acceso y control absoluto de EE.UU. de los recursos esenciales y materias primas en todo el mundo, garantizado por las fuerzas armadas que impondrían una Dominación de Espectro Completo.

El Mito Estadounidense, que parecía haber perdido ímpetu y su principio animador en la totalmente inesperada “victoria” en la Guerra Fría, ahora se activó con una esencia menos defensiva y reactiva, y recibió el brillante resplandor y la pátina de una auténtica y, por primera vez, autodeclarada y articulada, misión imperial.


El ataque a las Torres, una provocación inimaginable, fue el mecanismo detonador para el lanzamiento explosivo del esfuerzo para imponer en la práctica el modelo imperial en el mundo.

Indudablemente ha sido el fracaso más espectacular de la historia de la desgracia estadounidense. Después de una década marcada por el derroche de billones de dólares y de decenas de miles de vidas estadounidenses, la asombrosa bancarrota de esa nación robada desde el interior, y la resultante recesión más dañina que la Gran Depresión, EE.UU. Imperial no vio nada que recompensara la demencia ruinosa de su arrogante extralimitación sino solo desastres inequívocos en Irak, Afganistán, y Pakistán, sin que se vea un fin de la locura.

Un observador imparcial diría que el hipnótico agarre del Mito Estadounidense en la lealtad de la gente solo ha producido desgracia y desastre y ha marcado un camino directo hacia la inevitable decadencia y ruina imperial. Sería indiscutible sobre alguna base racional, pero confunde enteramente el motivo y el propósito del mito. El Mito Estadounidense nunca tuvo el propósito de servir los intereses de su país o de su pueblo: solo se creó para reforzar, proteger y exaltar a la clase financiera gobernante. Lo ha hecho con un éxito sorprendente e intacto que pasma la imaginación.

El saqueo masivo de las finanzas de las guerras de Irak, Afganistán y Pakistán para enriquecer a la Tiranía Corporativa –porque en eso se ha convertido– es de una escala propia única sin comparación, en su flagrante obscenidad, en toda la larga historia de la guerra.


Ni el Pentágono ni otra rama del gobierno de EE.UU. pueden rendir alguna cuenta de los muchos miles de millones de dólares de los impuestos que se han desvanecido, evaporados. No cabe la menor duda de que más allá de los contratos sin licitación inflados escandalosamente y entregados a los gigantes favoritos corporativos con sus absurdas ganancias garantizadas, gran parte del dinero simplemente se robó a manos llenas a pesar de los militares –o por medio de ellos- y distribuido entre ladrones y cómplices a paladas… por conveniencia, presumiblemente.

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Mientras tenía lugar ese robo al por mayor bajo la supervisión de los militares en el exterior, la Tiranía Corporativa había desarrollado todo un conjunto de mecanismos impenetrablemente complejos para la generación de dinero sin ninguna fuente o resultado económico en el país.

La única motivación y propósito del capitalismo es la consecución de beneficios. Según ese cálculo, la reducción de los costes de producción aumenta el margen de ganancias. Esto lleva a la conclusión obvia de que si los costes de producción se acercan a cero, el beneficio se maximiza.

La teoría capitalista no incluye ninguna provisión para el bien social. Las corporaciones, creadas para optimizar la oportunidad de negocios mediante la especialización eficiente, eran necesarias originalmente para operar en función del beneficio público, pero esa provisión se manipuló y se olvidó rápidamente.

Los tribunales estadounidenses siempre han favorecido las concentraciones corporativas de la riqueza ya que, como el Congreso, existen para servir los intereses de los adinerados. El Mito Estadounidense se creó con el fin de suministrar una cobertura para que la oligarquía financiera explote al país y a su ciudadanía. Y el aparato judicial ha colaborado consecuentemente con sus dictámenes a favor de las corporaciones y contra el pueblo.

Por cierto, sin considerar siquiera el tema legalmente, la Corte Suprema otorgó hace tiempo “personalidad” a las corporaciones, es decir todos los derechos de los seres humanos según la Constitución. La forma en la que ocurrió esta farsa muestra que la Corte prefirió incorporar esta perversión del propósito evidente de la 14ª Enmienda como una suposición no examinada en lugar de arriesgar un eventual test que indudablemente hubiera creado indignación pública.

En vista de la colusión del Congreso y de los tribunales para asegurar la invulnerabilidad de la Tiranía Corporativa y del principio de que el único deber de las corporaciones es la maximización de los beneficios, no fue sorprendente que los grandes bancos, las inmensas agencias de bolsa, los gigantescos conglomerados de seguros, los opulentos fondos de alto riesgo y las agencias crediticias que pretenden certificar su trabajo, se involucraran todos en masivo y sistémico fraude y engaño precisamente con ese propósito. El resultado fue el crac de 2008, la recesión y el sorprendente e inaudito rescate de los grandes bancos, las casas de inversión y los conglomerados de seguros y crédito, con dólares del contribuyente. Basta de hablar de la bendita Mano Invisible del Libre Mercado…

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Las últimas décadas han presenciado dos grandes tendencias relacionadas con la mecánica geopolítica estadounidense, ambas con efectos calamitosos en el poder del Mito Estadounidense. Primero, cualquier creencia que pueda haber albergado el mundo en general en dicho Mito ha sido desbaratada por una serie catastrófica de fracasos y desastres absurdos e irrecuperables, que han llevado a la erosión de su eficacia en el interior. Segundo, como reacción, el Estado ha hecho esfuerzos crecientemente burdos para mejorar el decreciente poder del Mito mediante la imposición de métodos totalitarios de vigilancia, intimidación y coerción del pueblo estadounidense en un grado sin precedentes de alcance y tamaño.

Todo el resonante aparato medieval de la Seguridad Interior que ha brotado como una enorme callampa venenosa desde el 11-S con su brutal mentalidad de estado policial; la odiosa Ley Patriota con sus flagrantes subversiones de la Declaración de Derechos; el interminable mercadeo terrorista basado en fantasías de medios corporativos prostituidos con sus payasos y arpías que inflan el temor y la cólera de los mal informados: todo este esfuerzo sombrío y represivo es un esfuerzo concertado para distraer a los estadounidenses de las verdaderas causas de sus sufrimientos, abuso y opresión.

Y sin embargo, incluso con un Mito Estadounidense que está total e irreparablemente agujereado y que se ha desvelado como el tejido de mentiras, engaños y fraudes que siempre ha sido, todavía mantiene de alguna manera su fenomenal poder sobre la gran masa del pueblo de EE.UU. La trágica realidad es que, para la mayoría, sus propias identidades han sido tan profunda y exhaustivamente imbuidas con el mito que dudar de él es dudar de sí mismos.

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Por lo tanto el Mito Estadounidense ha muerto, pero sigue viviendo en su mortalidad, disimulando horriblemente nuestra economía, nuestra sociedad en bancarrota, nuestra teatral farsa democrática, mientras tifones de inminente desastre social, económico y ecológico se acumulan con sus truenos cargados de relámpagos en el futuro sombrío que nos espera.

¿Y qué sigue ocultando defectuosamente ese mito muerto a los estadounidenses? ¿Qué existe fuera y más allá del muro opaco de deshonestidad y engaño? ¿Cuál es el horror que ese Mito ha ocultado durante tanto tiempo y tan efectivamente?

Es el mundo que ha sufrido una explotación continua por la violencia de nuestra manía imperialista. Son las numerosas economías destrozadas y saqueadas por nuestros regímenes impuestos de depredadora austeridad capitalista. Son los cientos de millones de niños hambrientos, privados y desfallecidos sacrificados por la especulación de las materias primas en Wall Street. Son las multitudes de gente humilde, inocente, ignorante, que apenas sobrevive en regímenes absolutistas y dictatoriales reforzados en su bárbara crueldad por nuestros militares, mientras nuestros bancos extraen los beneficios restantes después de que han armado a sus brutales policías y ejércitos y han sobornado a sus reyes, jeques o generales. Son los millones de muertos y mutilados en las poblaciones violadas en las que deja su sangriento rastro nuestra asesina fuerza destructora en Irak, Afganistán y Pakistán. Es el desolador legado de odio y rechazo, desdén y miedo, que EE.UU. ha generado en todos los rincones del planeta.

Y en casa, ¿en qué hemos sido tan cómplices los estadounidenses al ocultarlo en nuestra devoción a la perversa leyenda que ha llegado a habitar nuestras almas como un demonio?

Son los millones de personas que carecen de trabajo y sin esperanza en su edad madura, cuyos puestos de trabajo y hogares han sido devorados por la cruel máquina fraudulenta de Wall Street. Son las numerosas ciudades y pueblos con industrias cerradas y fábricas abandonadas o desmanteladas y embarcadas al exterior. Son nuestras escuelas públicas en decadencia y desintegración, nuestros estados y condados en bancarrota, nuestros abrumados y anticuados sistemas de transporte público, nuestra infraestructura obsoleta y que desaparece, nuestro abarrotado, irracional, complejo carcelario, nuestro desastroso sistema inadecuado de salud, y sobre todo, el mecanismo represivo de nuestro Estado policial, armado y poderoso, listo para utilizarlo contra el propio pueblo estadounidense.

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Es donde estamos. La gran pregunta ahora es si como nación somos capaces de despertar de esta larga pesadilla histórica y enfrentar la aterradora y emocionante perspectiva de vivir a plena luz de la realidad sin los falsos soportes y deshonestas elucubraciones de un pueblo embaucado, arreado y deshonrado. O si hemos interiorizado la falsedad y la enfermedad en tal medida que se ha convertido en una forma orgánica, subyugante de demencia.

En 1846, Henry David Thoreau, ofendido hasta el alma por la injusticia de la invasión de México por el gobierno de EE.UU., protestó y fue a la cárcel por sus convicciones. Más tarde, en su ensayo Desobediencia civil dijo lo siguiente:

“Si la injusticia es parte de la fricción necesaria de la máquina del gobierno, vaya y venga, tal vez la fricción se suavice, ciertamente la máquina se desgasta. Si la injusticia tiene un resorte, una polea, un cable, una manivela exclusivamente para sí, quizá puedas considerar si el remedio no es peor que la enfermedad; pero si es de tal naturaleza que te exige que seas el agente de injusticia para otro, entonces yo te digo, no cumplas la ley. Deja que tu vida sea la contra fricción que pare la máquina”.

El intento de romper el control del Mito Estadounidense será un desafío titánico, sobrecogedor. Incluso el comienzo de la rebelión abierta contra el poder del Estado de Seguridad Nacional requerirá el valor de enfrentar mucho más que la desaprobación y la denuncia oficial. EE.UU. Imperial no responderá incluso ante la protesta más pacífica y ordenada con otra cosa que una dura represión policial y el nivel de castigo aumentará en relación con el alcance y la seriedad de la acción emprendida.

Las pequeñas protestas no tendrán efecto y carecerán de significado. Eventos de masas organizados, cuando ocurran, harán que todo el feroz y brutalmente motivado aparato del Estado de Seguridad Nacional caiga sobre ellos. Los estadounidenses, con la excepción de nuestra clase marginada que la ha sentido, no tienen experiencia con la represión policial o militar violenta. Los que cometen desobediencia civil pacífica, una primera e inocente táctica de protesta seria, pronto descubrirán a su propio coste cómo funciona. Todo lo que haga el Estado es legal en un Estado de Seguridad Nacional que ha extirpado y erradicado todas las leyes y regulaciones defensivas que tienen el propósito de impedir el abuso del público. Es adonde hemos llegado en EE.UU. como resultado de nuestro largo adoctrinamiento histórico al servicio de nuestra elite financiera, nuestra Clase Gobernante.

Para lograr cualquier salvación de los estadounidenses, para posibilitar una sociedad más justa, humana y enaltecedora de la vida, necesitaremos un abandono total del sistema del Capitalismo Depredador. No ofrece ninguna perspectiva de reforma o mejora y todos hemos presenciado la idiotez del llamado “proceso democrático” que ha estado en acción durante generaciones.

EE.UU. se acerca al mayor punto de crisis de su historia y el terrible cataclismo, cuando tenga lugar, determinará el futuro de nuestro país. Si no podemos, en número dominante, alzarnos para rechazar la despiadada, atolondrada, desalmada máquina del Capitalismo Imperial Depredador, estaremos condenados a un comando fascista y a un horripilante control en el cual los seres humanos son simples posesiones del Estado, unidades de producción o servicio, y entonces tal vez ni siquiera eso, mejor dicho eliminados como exceso de población en ese mundo feliz.

Ese final no es inevitable. No estamos perdidos. Ni siquiera hemos sido derrotados porque hasta ahora no nos hemos involucrado. No hemos honrado nuestra responsabilidad de seres humanos. No nos hemos alzado para defender nuestra humanidad. Hemos dejado que nos gobiernen.

En todo el mundo se puede escuchar y sentir el trueno de un vasto e inconmensurable descontento. En Egipto y España, Jordania y Grecia, Irak y Sudán, Afganistán e Irlanda, Latinoamérica, Medio Oriente y África, la legítima cólera de la humanidad se está expresando contra la mano muerta y asesina del Capitalismo Depredador y sus agencias de violencia. Y aquí, en EE.UU., desde hace tanto tiempo atrapados y encapsulados, inmovilizados como moscas en la miel de una falsa religión de idolatría estatal, la cólera es profunda, popular y creciente.

Los que saben y se preocupan deben mostrar el camino. Como dijo Thomas Paine: estos son “los tiempos que ponen a prueba las almas de los hombres”. Nada está garantizado. Eso no puede importar. No nos preocupan las dificultades o las consecuencias. No podemos permitir que la Máquina de la Injusticia siga adelante. Nos debemos oponer con toda la fuerza moral que tenemos. Debemos actuar con tranquilo valor para enfrentar a un maligno sistema tiránico que destruye la tierra, su vida, y su gente. Debemos poner en juego nuestras vidas para oponernos.


La Máquina de la Pesadilla de explotación rapaz ha derrocado la decencia y la razón de la humanidad y su sangrienta traición inhumana florece sobre nosotros. Esto tiene que terminar.

Que tu vida sea la contra fricción que pare la Máquina."

Fuentes:
http://www.informationclearinghouse.info/article30620.htm
http://www.youtube.com/watch?v=N2Xh5eN2fXY
http://www.rebelion.org/noticia.php?id=145341