miércoles, 6 de octubre de 2010

El Prejuicio o Efecto Halo.

"Es más fácil romper un átomo que un prejuicio"
Einstein

De cómo inventamos una justificación para decisiones que no sabemos cómo las hemos tomado.

Una serie de experimentos famosos llevados a cabo por los doctores Richard E. Nisbett y Timothy D. Wilson, en 1977, enseñó que la gente rara vez admite que ha tomado una decisión arbitraria. En uno de los experimentos, por ejemplo, a un grupo de mujeres se les dio a elegir un par de medias de nailon entre una selección de medias. Cuando se les preguntó porqué habían hecho su elección, todas las mujeres dieron razones sensatas y detalladas, aludiendo a ligeras diferencias en los colores, la textura o la calidad. El hecho es que todos los pares eran idénticos. Las "razones" para elegirlos eran en realidad racionalizaciones construidas para explicar un comportamiento inexplicable, el cual se le ha denominado efecto Halo.

El efecto Halo es una forma de error en el proceso de información llamado "prejuicio cognitivo" o "distorsión cognitiva", y que afecta el modo de cómo percibimos la realidad. En otras palabras, es la tendencia de un observador a efectuar una evaluación tendenciosa (ya sea positiva o negativa) de otra persona, basándose en características que, si bien son notorias, no tienen relación o carecen de pertinencia respecto de lo que debe evaluarse de esa persona. Por ejemplo, si una persona es bonita tendemos a pensar que es más inteligente, buena gente o más limpia, o si una persona normal está en terapia psicológica y lo sabemos, nos inclinamos a ver indicios de patologías mentales en actos comunes y corrientes realizados por esa persona. El efecto Halo es un sesgo cognitivo que hace pensar que unas características limitadas se aplican al todo.




No hace falta tener demasiada imaginación para darse cuenta de cómo un proceso de este tipo puede ser usado para justificar actitudes emocionales o arbitrarias en la vida diaria. Emplear a una persona de un color, por ejemplo, en vez de a otra de otro color. También es fácil ver por qué muchos de nosotros nos sentimos obligados a analizar y explicar nuestro comportamiento y el de los demás -la afición a buscar explicaciones muy elaboradas acerca de nuestro comportamiento es una "virtud" de la que todos estamos bien dotados. Este fenómeno podría también dar alguna pista acerca del porqué el análisis freudiano se convirtió durante casi un siglo en una obsesión entre los círculos sociales que se podían dar el lujo de recurrir a él, a pesar de que no existe casi ninguna evidencia de su eficacia como terapia.

La necesidad que tenemos de racionalizar nuestro comportamiento tiene una capacidad de supervivencia considerable. La especie humana ha llegado en gran medida a ser lo que es a través de la formación de complicadas estructuras sociales -desde una partida de cazadores a un partido político- y de hacer funcionar esas estructuras. Para que "marchen" hace falta que tengamos confianza en ellas, y para que tengamos confianza en ellas hace falta que estemos convencidos de que la acción de esas organizaciones se basa en juicios sanos y racionales. Por supuesto, hasta cierto punto sabemos que nos estamos engañando a nosotros mismos. Todos los gobiernos, por ejemplo, en todas las sociedades, tratan de establecer ciertas políticas que son objetivamente irracionales. Sin embargo, ningún miembro de ningún gobierno en ninguna parte admite jamás que esto sea así. Y no ahora, siempre. Lo que sí hacen es racionalizar su política. Y aunque nosotros nos demos cuenta de que es así, nos gusta que así sea: nos hace sentirnos seguros.

De igual manera, racionalizar nuestros propios actos nos da confianza en nuestra cordura...

Leído en "El nuevo mapa del cerebro", Rita Carter. pág. 41-42.
Ver también http://www.taringa.net/posts/ciencia-educacion/6841811/Ceguera-a-la-eleccion.html


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