martes, 28 de junio de 2011

Cuentos de la infancia de Alfredo Alvarado, "El Rey del Joropo" (mi padre), cap. II


MIS PRIMEROS PASOS
(Cap. II)

Mi papá era profesor de baile. El tuerto, Alfredo. Alfredo Alvarado. Dice Lucas Manzano en su libro de 'Caracas de mil y pico', dice de mi padre: quien no conoce a Alfredo Alvarado, no conoce a Caracas. Así dice. Mi padre fue el que trajo por primera vez a los toreros. La temporada monstruo. "Bombita", "Gaona", "El Gallo". Mi padre fue empresario de un circo, y de grandes espectáculos. Tenía fama como buen empresario, pero en su juventud fue un hombre violento, lo llamaban el tuerto Alfredo porque tenía catarata en un ojo. Y cuando decían el tuerto Alfredo, decían alambre de púa. Era una especie de "guapo", pero no el guapo buscador de pleitos, sino guapo que se hacía respetar. En los barrios de San Juan, porque él era sanjuanero, lo respetaban mucho.
Un día decidió salirse de aquella cuestión de gaupería y del "Molino Rojo" y de estar tirando golpes.

Pareja bailando el vals, tomada de misterio londres

Se puso delicado en París. Recibió clases de baile del profesor Malassof. Regresó a caracas. Instaló una pensión, "Europa", de Muñoz a Pedrera. Allí mismo puso una academia de baile, la primera del país. Por esa academia desfiló la sociedad venezolana, para aprender el chotis, la polka, la mazurca, el pasodoble, el valse y el merengue venezolano.

En la pensión se hospedaban empresarios, hombres de arte, comerciantes.
La Pavlova llegó a la pensión. Yo tenía unos cuatro o cinco años, cuando ella me hizo dar mis primeros pasitos de equilibrio en el movimiento clásico.

Una pensión de calidad era la de mi padre. Entonces muchas de las calles de caracas eran empedradas y la leche se repartía con la vaca en la puerta. Con una totuma se ordeñaba la vaca. Una Caracas bonita. Caracas de mil novecientos veinticinco. En esa Caracas fui campeón de Charlestón a los nueve años. Me gané una copa en un lugar que quedaba de Gradillas a Sociedad. Mi papá la guardó. La India. Así se llamaba el lugar. Campeones de boxeo llegaban a la pensión. Argentinos cantadores y bailadores de tango. En ese ambiente crecí con mi aficción por el baile.

Baile de joropo en el llano, tomada de radio libre

Mi papá, al observar mis cualidades, me buscó a lo mejor del baile venezolano, a Mamerto garcía, el rey del Joropo, el tuerto Mamerto. Lo más grande que había. Mamerto se caracterizaba por un joropo fuerte, sin floreo, brusco, dominante.
En esa época los pisos de las casas eran de tabla. Cuando Mamerto bailaba se caían los floreros, las lámparas temblaban, empezaban a caer vainas de todas partes, tám, tám, pám, pám, porque mamerto usaba un joropo de tá, tá, tá, tá, tá, tá, tá, un zapateo fuerte. A mi papá le gustaba. Agarró a Mamerto por un brazo y le dijo: a este muchacho me lo enseñas a bailar joropo. Y comenzó a enseñarme. Cuando estuve listo en el joropo, le dijo a mi papá: préstame al muchacho, que me lo voy a llevar por ai, a que lo vean bailar en las fiestecitas. La verdad es que él pasaba raqueta en las fiestecitas, se guardaba los reales y a mí me daba caramelos, unos caramelos gordotes, de bola.

Un día me llevó a casa del general Juan Vicente Gómez, en Maracay. Me acuerdo que el general tenía un sombrerote, unas bototas, con un bastón en la mano. Sentado en una sillota lo recuerdo. Allá llegamos. Mi general -le dice Mamerto- aquí le traigo al muchacho para que lo vea. Ajá, ajá -dijo-, muy bien, que baile. Y yo bailé mi joropo. El general aplaudió. Después sacó la carterota, y de ella un puño de billetes. A mí me dieron mis caramelos otra vez. Regresé a Caracas, contentísimo.



Tomado del libro:
Los Cuentos de Alfredo Alvarado,
pág. 9-11, del escritor Edmundo Aray

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