domingo, 11 de septiembre de 2011

Yo recuerdo besos...

El beso, obra de Francesco Hayez, siglo XIX.

Puedes besar por amor o respeto, gratitud o amistad, costumbre o educación, y ése, tu beso, le parecerá a quien lo recibe quizás largo, seco, corto, apasionado, cariñoso, superficial o engañoso pero lo más seguro es que no lo encontrará pecaminoso por tantos besos ya vistos en tv o en la gran pantalla.

A pricipios del siglo XVI, Pietro Lando, quien era podestá de Venecia, algo así como un alcalde, mandó a decapitar a su propio hijo porque éste besó en la calle a una muchacha de la que estaba enamorado, y en 1896 cuando se presentó al público el corto The Kiss (el beso de May Irving y Jhon C Rice) la primera película en la que un hombre y una mujer juntan sus labios, las organizaciones femeninas puritanas de Estados Unidos hicieron llamados para boicotear el film tildándolo de un producto con "moral de taberna", y es que hasta hace pocos años el beso labio a labio no era aceptado públicamente como parte de los afectos humanos.


Quien no recuerda el impacto producido por el primer beso y que nunca volverá a repetirse. Cuántos de nosotros no recibimos un ademán torpe, un choque de narices a cambio del tan esperado primer beso, y que a pesar de no haber sido bien acertado el sabor y el olor siempre serán recordados, tal vez con pesar porque la costumbre ha anestesiado la apasionada entrega, o quizás con nostalgia pues se ha llegado a la edad en que sólo se recibe besos en la frente o en la mejilla.

Un beso discreto a un lado del rostro es a veces lo único que alguien puede recibir en público pero ¡ay!.. ese roce fugaz de los labios enardece la tensión y en silencio transforma el pensamiento llevándolo muy lejos.

Y ni hablar de un beso secreto el cual supone un premio físico mucho más de lo esperado si se da sin previo aviso, a oscuras y en un recodo oculto a la vista de todos.

Ahora, dentro de los muchos besos hay que mencionar al beso robado, ese atrevido contacto dado en estocada a nuestros labios cual súbita revelación de un deseo inesperado. Un beso robado es trae consigo un porvenir incierto, un lance a resolver tal vez nunca o quien sabe cuándo.

Pero por encima de todos los besos está el que se da con los labios abiertos y con el músculo oral entrando en la otra boca, al estilo de una danza serpentina que busca prensil la lengua del otro; un encuentro muchas veces más íntimo que el acto sexual mismo.

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