Supongo será la trascendencia
que empujó a tu conciencia
a no llegar tarde.
Imagino funcionó la enseñanza
de añejas rasgaduras
para ahora vestir correctamente.
Sin mover un pelo das los buenos días
después de imaginar asesinatos.
En nocturnas caminatas
arrastras contigo al sol,
planificando adónde irán tus cenizas.
Frente a la pantalla con tu sombra estática,
no peregrinas, como algún día juraste...
entonces palpas tu cabeza con orgullo,
aún no la extravías en manos perfumadas.
Esta vez, martillas como orfebre, lo correcto,
piensas salir del laberinto
de tu propia entraña enmarañada.
Dejar, quizás, los guijarros que impiden el ascenso,
las piedras que te hunden en la pesada paz.
Amerindia Castro
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