martes, 6 de marzo de 2012

Cuentos de la infancia de Alfredo Alvarado, "El Rey del Joropo" (mi padre), cap. IX, X y XI.

DE CARACAS A MARACAIBO
(Cap. IX)


Imagen de Uninvitedwriter

Estuve pocos meses en caracas. Tiempo en el que aprendía a bailar rumba con Carlitos Pons y compañía.
Cuando terminaron su contrato en el Teatro Nacional me dispuse a irme con ellos, pero mi papá no me dejó, y decidí fugarme otra vez, y otra vez fui a parar a Maracaibo, de cola en cola, fraguando la idea de convertirme en un gran artista, pues la gente de Carlitos se había emocionado con mi disposición para el baile.
Cuando llegé a Maracaibo: ¡muchacho, que tal, tu otra vez por aquí! Era la gente de Carlitos y compañía que estaba presentándose en un gran teatro. Pero en vez de ponerme a bailar me pusieron a comprar café con leche y a buscar arepas y a comprarle sus cervecitas, y me dí cuenta que no era ningún artista sino un sirviente de la Compañía, hasta que se fueron. Cuando los despedí me dijeron: vas a ser un gran artista.



DE MARACAIBO A BARRANQUILLA,
DE BARRANQUILLA A PUERTO CABELLO,
DE PUERTO CABELLO A CARACAS
(Cap. X)


Ellos se embarcaron para el Caribe y yo me embarqué para Barranquilla en uno de esos barcos de ruedas. Me embarqué escondiéndome en un tanque de agua.
La primera noche me picó el hambre. Salí del tanque y me fui directo al comedor. En plena investigación de los comensales pasó una familia, marido, mujer e hijo.
Con la misma me fui detrás de ellos, con las buenas noches de por medio. Y me trajeron la cena. Nadie dijo nada. Ni ellos, ni los mesoneros ni yo. Después de la cena y las buenas noches me metí en mi tanque de agua.
En la mañana me puse en la misma, a esperar la familia. Pasó para el comedor y seguí detrás de ellos, comimos los cuatro. El negocio se repitió en el almuerzo y en la cena, pero en medio de la cena se formó una bailadera de charleston con guitarras y sinfonías, y con aquella fibra que llevaba por dento me puse a bailar, y muchos aplausos, y repitieron el charleston y volví a bailar y volvieron los aplausos, pero se apareció el capitán y preguntó: ¿Y quién es éste? ¿de quién es hijo? ¿con quién anda? Y con la misma me llevaron por las orejas delante del capitán: ¿Tú quién eres? Soy Alfredito y tengo enferma a mi mamá en Barranquilla. Como no tenía manera de ir a verla me metí en este barco...¡Ah! ¡Qué bandido! Llévelo para la cocina, y me dió por las nalgas. ¡Vamos! a lavar platos. Y a lavar los platos hasta que me aflojaron en Barranquilla.
Dormí debajo de un banco. Al rato y a golpes me despertó la policía. ¿Tú quién eres? La misma historia, pero esta vez no sabía dónde vivía mi madrecita y fui a parar a la dirección de la policía. Allí me dieron una camita, en la que dormí durante siete noches mientras en el día hacía de mandadero, hasta que un sargento se antojo de mí y me llevó con él y me presentó a su mujer. Aquí te traigo -le dijo- a este muchacho para que lo criemos. Es trabajador y despierto. ¡Ay que bien, caramba!, que a nosotros nos hace falta un muchachito, y hay que educarlo muy bien.
Me dieron un pico y una pala para que abriera un jardín. Cuando no estaba en el jardín estaba barriendo o en la batea lavando ropa del sargento y de la mujer del sargento. Aquella gente no necesitaba un hijo sino un burro.

Un día me llama el sargento: ¡Alfredo! Ya voy -contesté-. A mí no se me contesta así, y ¡plam! un guamazo por la cara, y respéteme que yo soy su padre. No -dije-, usted no es mi padre, usted es un perro ¡Mujer! -gritó- alcánzame la pistola que le voy a dar su merecido a este muchacho del carajo. Salí corriendo, mientras el sargento gritaba: ¡La pistola, la pistola! El pistola era él, que no se pegó atrás. Salí por encima, pero antes me detuve para recoger la carterita de la mujer, y me perdí durante varios días hasta que me hizo preso un agente del Servicio de Investigación. Y era que mi papá me andaba buscando. Le dijeron que estaba en Baranquilla y allá pasó el dato a los servicios de investigación. Total, que me metieron en un barco rumbo a Puerto cabello. Allí me recibió la policía y me pusieron a barrer las calles de noche, mientras esperaban la llegada de mi papá. así estuve varias noches, barriendo las calles con unas escobas de chamisas y haciendo un jueguito que me resultó: al barrer me adelantaba a otros presos, barre que te barre, y me alejaba y el policía de turno me decía: No te alejes, cuidado, no te alejes.
La historia se repitió durante varias noches. Me dejaban avanzar y alejarme de otros presos, hasta que me dejaron avanzar mucho, y doblé la esquina y después que doblé la esquina ni el polvo me vieron. Cogí carretera y levanté una cola para Caracas.


MIS PRIMEROS BILLETES
(Cap. XI)

Imagen de Cuatro paredes

De nuevo en Caracas, en la Plaza de Capuchinos. Pensando. ¿Ahora qué hago? Ni intenciones de volver a la casa Me senté en la Plaza a ver las palomas, primero, después a tirarle piedritas. Muy vivas las condenadas, todas iban cogiendo, seguidas por las piedritas, camino del palomar. Me miraban de soslayo. Estaban esperando que me fuera. De pronto se me acerca un tipo y me dice: ¡coja esa maleta, muchacho! Cogí la maleta. Arranque conmigo. Arranqué con él, rás, rás, rás. De repente el tipo se para, abraza a otro tipo: ¿Qué hubo fulano? ¡Coño! ¿Cómo estás? ¡tanto tiempo! Sí hombre, chico, y tú qué tal y la María y la otra. Yo con mi maleta en el hombro, oyendo la vaina. En eso pasa un tranvía y de un salto me monté en el tranvía con todo y maleta. Era el primer choreo de verdad.

Abrí la maleta: maleta de turco porque estaba llena de pantaletas y sostenes y sábanas y telas. Debajo de aquel trapero encontré un maletincito, lo abrí y aquel billetero y un montón de fuertes. Me fui a un baño del primer bar que encontré, cerré mi puerta y me puse a contar ¿Quién está ahí, carajo? Yo, cagando. Qué cagando ni que cagando, lo que estaba era cagado de tanto billete: Siete mil bolívares conté, con un realito. Fueron los primeros billetes que tuve en mi vida. Con el realito me compré dos Pepsi para quitarme la sedalón que tenía. ¿Qué te pasa muchacho? -me preguntó el mesonero- Tengo fiebre -le dije-. pues vete para tu casa. Para allá voy, y arranqué, pero arranqué a caminar por la calle y a pensar y pensar hasta que me metí en un restaurant. Allí conocí, mientras me comía un bistezote, a un chofer de alquiler. Comenzó a hablar conmigo, de esto, de lo otro hasta que se dió cuenta de que estaba enredado en algo. Le conté la historia, y se hizo mi amigo. Andaba conmigo para arriba y para abajo. Me llevó a un hotel donde, decía él, vivía. Compré un flover, compré una bicicleta, compré unos patines aunque no era Diciembre. El chofer me especulaba. Hoy no he hecho nada. La vaina está muy difícil. Préstame un marrón, préstame dos. Yo le daba para el hotel, para la comida, para la mujer que metía en el cuarto. Al mes de estar en el hotel, el chofer, para terminarme de joder, le dio el dato a la policía y me hicieron preso. El chofer se quedó con el maletín y la maleta. Yo me quedé con un traje de pantalón y paltó, zapatos nuevos, camisa nueva, un reloj y una cadena con la Virgen de Coromoto. Perdí los patines, la bicicleta, el flover. Llegó mi papá a la jefatura: ¡Muchacho! ¿y qué es esto? Nunca le conté la historia. Le dije: no, un señor que se compadeció de mí y me vistió.

Cola: autostop
Ser un pistola: tonto
Choreo: robo
Un marrón: un billete
Sedalón: mucha sed (palabra inventada por Alfredo Alvarado)

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