Estoy sumamente felíz. Tengo cuatro días que no fumo y fui fumadora durante 38 años por cada 20 o 15 minutos diarios e incluso, muchas veces llegué a interrumpir mis horas de sueño en la madrugada para prender un pitillo fuera de mi habitación. Siento como si estuviera de luto y he decidido no tocar la computadora hasta cumplir una semana "limpia" del contacto de mi venenoso ex-amante, el letal cigarrillo. He asumido esta lucha casi demoníaca como si estuviera recuperándome de una larga y penosa enfermedad dentro de mi propia clínica, es decir, mi casa: me he recetado mucha pero mucha relajación, innumerables mandarinas, manzanas, jugo de guanábana, rebanadas de pan negro, galletas Bran para dar de comer al monstruo de la ansiedad, y grandes tazas de té de toronjil para relajarme en la noche.
Desde que empecé a sacar de mi cerebro y cuerpo a esta droga salgo de casa sólo lo necesario y me he planteado como imprescindible, no vsitar a ninguno de mis amigos fumadores y no celebrar con nadie hasta dentro de un mes; sabemos que el dios del vino hace olvidar cualquier tipo de abstención. Total, que pase lo que pase estoy imponiéndome cero estrés y distancia prudencial con aquello que en el pasado estuvo relacionado intímamente con mi adicción a la nicotina, por ejemplo, este blog, al que ni siquiera había podido acercarme porque redactar y publicar era igual a fumar incontrolablemente. Me he tomado un momento para hacerlo sólo con el fin de gritar a los cuatro vientos esta excelente noticia: por fin sobrepasé un día sin fumar.
Siempre que escribía en mi boca centelleaba intermitentemente un cigarrillo, o cerca de la pantalla desde algún cenicero, un humo nicotínico me invitaba a consumirlo. Por ello, en estos días, veo a la Pc con mucho cuidado pues, en este preciso instante en que escribo siento una presión en la garganta.
Mi padre y mi abuelo murieron gracias al cigarro, y hace más de seis años me diagnósticaron un enfisema pulmonar, la misma enfermedad que los consumió a ellos por causa del cigarrillo. Afortunadamente, mi gusto por caminar y caminar, muchas veces en marcha rápida y también, gracias a que bajé la dosis -de 40 pitillos a 30 y después a 20- esta terrible enfermedad no se ha manifestado. En el pasado, traté de dejar la nicotina con acupuntura, parches, chicles, hipnosis, natación y hasta judo. Esta última vez lo intenté con Champix, y no era la primera vez que usaba tales pastillas para enfrentar la adicción. Este es mi tercer intento con ese medicamente puesto que las dos veces anteriores abandoné el tratamiento al inicio o a la mitad de la tercera caja. Sin embargo, en noviembre de 2010 me propuse comenzar de nuevo, y llegar hasta una cuarta caja (cada una de éstas trae 15 pastillas) a ver si de verdad funcionaba, entonces lo logré...
En el segundo día de abstención de la nicotina, mientras veía Futurama con mi hija, de pronto me invadió una debilidad corporal y un sentimiento de pérdida que inundó inesperadamente mis ojos de lágrimas, y por segundos, me puse tristísima. Hoy, en cambio pensé, que el poder liberarme de algo que mató a miembros de mi familia, expulsándolo de mi existencia con este optimismo que me invade, el de no dar marcha atrás (y malditas sean los compañías tabacaleras), es de verdad un renacimiento, aunque el adios a ese amado compañero mortal, sea un adios desde el alma nostálgica de humo, o una despedida profundamente reflexiva o sin pensamiento alguno como los estados de mi abuela catatónica.
Separarme de ti, cigarrillo, y de tus cuatro mil tentáculos de alquitrán, amoníaco, arsénico, cianuro, y cuánta porquería ponen las tabacaleras para engancharnos y matarnos, me está permitiendo desde ya, tomarme un segundo aire de vida. Inhalar con ganas orgullosa, desde muy adentro de mis pulmones por tanto tiempo mancillado. Sonriendo ahora por estar comenzando a cumplir mi sueño de seguir viviendo ¡un poco más...!
Mi padre y mi abuelo murieron gracias al cigarro, y hace más de seis años me diagnósticaron un enfisema pulmonar, la misma enfermedad que los consumió a ellos por causa del cigarrillo. Afortunadamente, mi gusto por caminar y caminar, muchas veces en marcha rápida y también, gracias a que bajé la dosis -de 40 pitillos a 30 y después a 20- esta terrible enfermedad no se ha manifestado. En el pasado, traté de dejar la nicotina con acupuntura, parches, chicles, hipnosis, natación y hasta judo. Esta última vez lo intenté con Champix, y no era la primera vez que usaba tales pastillas para enfrentar la adicción. Este es mi tercer intento con ese medicamente puesto que las dos veces anteriores abandoné el tratamiento al inicio o a la mitad de la tercera caja. Sin embargo, en noviembre de 2010 me propuse comenzar de nuevo, y llegar hasta una cuarta caja (cada una de éstas trae 15 pastillas) a ver si de verdad funcionaba, entonces lo logré...
En el segundo día de abstención de la nicotina, mientras veía Futurama con mi hija, de pronto me invadió una debilidad corporal y un sentimiento de pérdida que inundó inesperadamente mis ojos de lágrimas, y por segundos, me puse tristísima. Hoy, en cambio pensé, que el poder liberarme de algo que mató a miembros de mi familia, expulsándolo de mi existencia con este optimismo que me invade, el de no dar marcha atrás (y malditas sean los compañías tabacaleras), es de verdad un renacimiento, aunque el adios a ese amado compañero mortal, sea un adios desde el alma nostálgica de humo, o una despedida profundamente reflexiva o sin pensamiento alguno como los estados de mi abuela catatónica.
Separarme de ti, cigarrillo, y de tus cuatro mil tentáculos de alquitrán, amoníaco, arsénico, cianuro, y cuánta porquería ponen las tabacaleras para engancharnos y matarnos, me está permitiendo desde ya, tomarme un segundo aire de vida. Inhalar con ganas orgullosa, desde muy adentro de mis pulmones por tanto tiempo mancillado. Sonriendo ahora por estar comenzando a cumplir mi sueño de seguir viviendo ¡un poco más...!
Nos vemos el domingo 6 de febrero