Siempre me impresionó ver sus piernas, pues en ambas espinillas no había piel; se la comieron los grilletes puestos por mi bisabuelo para que mi viejo no saliera de la casa cuando era niño. Me parecía una ironía que fueran precisamente los pies los que mejor expresaban su arte aunque muchos que lo conocieron afirman que Alfredo en donde fue realmente un maestro era en el arte de la sobrevivencia.
YO TUVE UNA NIÑEZ MUY FUERTE
(cap. I)
Un día, mi papá decidió llevarme a casa de una tía en el Callejón Peniche. Allí me pusieron unos grillos para tranquilizarme el espíritu, unos grillos de esos que usaban en La Rotunda. Tengo las marcas en los tobillos, de los ganchos remachados en los pies. Asimismo; con grillo y todo y llaga y todo yo saltaba y brincaba por esos techos. ¡Claro! dando salticos muy corticos.
Al año de tener los grillos vino otra tía de Maracay y me encontró con los grillos. ¡Ay! ¡Cómo es posible le tengan esos grillos... eso es un salvajismo!, yo me lo llevo para Maracay. Me quitaron los grillos, pero estuve mas de dos meses caminando a saltitos."
Hablar del Rey del Joropo no es sólo verlo en su zapateo americano, español o argentino o escuchar su ritmo de maracas atadas en los pies o de casquillos metálicos pellizcando sutilmente el suelo; es reir de nuevo al recordar aquella conversación que le quise imponer:
-¿papá, cuándo vas a madurar?
-¿y para qué quieres que madure? ¡¿para que me pudra?!, porque eso es lo que le pasa a todo lo que madura...
-¿papá, cuándo vas a madurar?
-¿y para qué quieres que madure? ¡¿para que me pudra?!, porque eso es lo que le pasa a todo lo que madura...