En la iglesia, las arrugas y las penas de los penitentes van de la mano. Las zanjas de dolor aspiran rellenarse a fuerza de ceras derretidas. Llevo mis setenta años en silencio hasta la Inmaculada e imagino entonar a Lola Flores y García Lorca el ficticio estribillo: por cada dolor una vela, por cada arruga una pena. Tomo asiento y empiezo a dar gracias por la salud de mi nieto; en el décimo líbranos del mal las ojeras de una anciana atraen mi curiosidad, sus párpados inferiores reclaman insistentemente una imagen.
Al iniciar el Dios te salve, en mi mente, las viejas bolsas oculares comienzan a inflarse...llena eres de gracia... las pupilas desconocidas son ahora protuberancias marrones... el señor es contigo... toman forma de aréolas... y bendita tu teta... ¿pero qué digo?, es ¡ERES!, ben-di-ta-tu-¡E-RES!... entre.. los círculos obscuros se escurren al centro de sus ojeras infladas.... todas.... ¿es lo que creo que es?... las... ¡son senos de mujer!
Intento apartar la figura concentrándome en el fruto de tu vientre y veo la parte inferior de un abdomen... -¿espelucado?- ¿Qué me pasa, Santa María, madre de Dios?, ruega por nosotros los pecadores ahora.... ¡no!.. de nuestra muerte en aquella fiesta impúdica... No me dejes caer en la tentación, como caí hace más de cuarenta años... libranos de recuerdos mal enterrados... perdona las ofensas de mi memoria, y someto mi voluntad cerrando con fuerza los ojos... Dios te salve... que estás en todos lados así como estas en esos ojos viejos, fuente de mis desvaríos, el señor es cont... ¡Es...ella! ¡La Virgen!
Padre nuestro que estás en el cielo ojalá no me reconozca... santificado sea... su cuerpo anciano es todo un dedo... hágase tu voluntad así... toca mi entrecejo... que por obra y gracia del espíritu santo... he perdido la cuenta y ésa no es la oración... ¿por dónde iba? ¡ah! en hágase tu pan, ¡No! ¿quién hace el pan? ¡por Dios, es Dios¡... y perdona nuestras ofensas así como también... la perdoné cuando me echó la culpa... perdonamos a... el maquillaje le sienta bien... los que nos ofenden... disimula su terrible carácter... ahora y en la hora -¿cómo salgo sin que me vea?... de... la amargura no se le nota como antes.... Dios te salve... seguro me agrede si se acuerda...María... siempre fue demasiado tiesa... llena eres de... lo dicho de cara seria es en ella una verdad... el señor es contigo... yo no tuve la culpa... bendita tú eres... así no puedo seguir...Venga a nos, ¡Vámonos que ya me vió!
Inclino la cabeza en señal de humildad pero más bien oculto mi rostro. Decido marcharme en el instante que busca algo en su cartera, más no puedo eludirla porque está justo al frente, delante de la Virgen. Saca unos anteojos y mientras se los ajusta huyo hacia el Nazareno, tal vez él me libre de este bochorno. Camino lentamente pero una negra forrada en púrpura me tropieza, detengo la marcha. Definitivamente ya no estoy para emociones o careos afectivos, sin embargo creo haberme librado de ella cuando una mano se posa en mi hombro. Volteo y es mi pasado abriendo lentamente los labios:
-¿Cómo está usted, tanto tiempo...?
Inclino la cabeza en señal de humildad pero más bien oculto mi rostro. Decido marcharme en el instante que busca algo en su cartera, más no puedo eludirla porque está justo al frente, delante de la Virgen. Saca unos anteojos y mientras se los ajusta huyo hacia el Nazareno, tal vez él me libre de este bochorno. Camino lentamente pero una negra forrada en púrpura me tropieza, detengo la marcha. Definitivamente ya no estoy para emociones o careos afectivos, sin embargo creo haberme librado de ella cuando una mano se posa en mi hombro. Volteo y es mi pasado abriendo lentamente los labios:
-¿Cómo está usted, tanto tiempo...?
Me siento insegura al contestar pues su cara es la carne grosera de su vientre, siento que la risa nerviosa desplazará la respuesta cortés. Me mira interrogando el contorno de mi cara como si aún no lograra precisarme en el tiempo y yo acaricio la ilusión de que padezca Alhzeimer. Mi respuesta ambiciona no darle pista alguna. El tono de mi voz, la mirada de antaño, la sonrisa de siempre se vuelven estúpidas máscaras. Me pregunta por el estado de mi familia, contesto tratando de no ser aquella que conoció.
-Muy bien ¿y la suya?.
Me doy cuenta de la entonación delicadamente agresiva que he dado al artículo y al pronombre de la segunda persona. De inmediato suavizo mi lucha contra el azar, con la contingencia impertinente de una mujer metamorfoseada en imputación añeja, dolor que cure sin velas o lo que es lo mismo, zanja vivida hasta el fondo de mi dermis. Observo la forma en que están trazadas las arrugas en sus mejillas, son reposadas, de aspecto apacible, pero me inquietan las bolsas de sus ojos. Siento el impulso de preguntar cuántos tormentos martilló en sus párpados e imagino que figuro en alguna parte de su cuerpo como expresión vivida, que tal vez soy la arruga número 21.
-Mi familia está muy bien. Dios me permitió quedarme con cuatro hijos de siete partos. Perdone, no recuerdo su nombre.
Estoy segura de que no sabe quién soy, entonces recuerdo a la protagonista de una famosa novela, Amanda Mozart. Antes de pronunciarlo concluyo que el apellido es demasiado ostentoso para decirlo dentro de una catedral en el trópico.
Ya son demasiadas palabras. Rápidamente debo descubrir la fórmula para despedirme. Ella encuentra otra para alargar un tiempo que deseo contraer. Dice que me veo estupenda a pesar de los años y pregunta por la salud de mi esposo. Contesto que respeto mucho la sagrada institución del matrimonio pero siempre he estado muy bien sola. La respuesta, aparte de ser falsa, esconde la congoja solitaria sentida tiempo atrás, en tanto que posterga el momento de irme.
Me recrimino el mentir en el interior de un recinto sagrado, pero es la única manera que encuentro para fastidiarla en el seno de mi anonimato. Seno, imagen que interrumpió las rezos de “tentación y pecado”, tríada carnal sacrílega que excluyó al padre y al espíritu santo. Pienso que ya son demasiadas herejías, y es urgente el acto sacramental de la confesión.
-Disculpe. Pensé que se había casado. Yo estuve casada tres veces. Enviudé dos, pero estoy de acuerdo con usted. Después de haber vivido la sagrada institución del matrimonio tantos años, es mejor estar sola.
Finalmente le digo que me tengo que ir, que ha sido un placer verla. Extiendo la mano donde figura mi anillo de matrimonio. Ella la retiene para observarlo. Callo. Me pide un teléfono donde llamarme. Contesto que vivo fuera del país. Pregunta cuál país, respondo “En España”. Cada mentira se prolonga en ella para retenerme. Lucho para no quedarme. Dice que mi rostro es un mapa
que seguirá en su memoria. No quiero entender y desaparezco.
Afuera el sol es un insulto a las pupilas. Desesperadamente quiero sentarme, sus últimas palabras me han debilitado. Detrás de mí una voz de mujer llama a una tal Amanda. Decido no responder pues me siento como Lot. Ahora dice mi nombre y el oírlo me convierte en la mujer de Lot. Me alcanza y vuelve a posar su mano en mi hombro. Resoplo fastidiada, dispuesta a revelar mi nombre, el verdadero vínculo, su traspaso de culpas. Sus ojos miran dulcemente mi dureza para decir que siempre me recordó con verdadero amor todas las veces que dijo sí ante el altar. De inmediato supe que yo había sido el mazo que inflamó para siempre su mirada, y que el tormento estuvo constantemente en mi propia vida, sin ella.
En la autopista, mientras manejo, Lola Flores le canta a mís lágrimas su Pena, penita, pena y García Lorca en el asiento trasero, asiente sonriendo.
Amerindia Castro
Lola Flores
Ay pena, penita, pena
Lola Flores
Ay pena, penita, pena
en http://www.youtube.com/watch?v=9Hn96uHkthU
link de la 3ra imagen: Gene Tierney
link de la última imágen: david.cristinacce
Escrito por Amerindia Castro
link de la 3ra imagen: Gene Tierney
link de la última imágen: david.cristinacce