Al final del viaje, ¿qué se ve en los ojos del viajero?
Te lo contaré con una experiencia personal. Hace dos semanas acompañé a un chico joven, músico, que tenía un cáncer muy avanzado. Ya sabíamos que no tenía solución y que era cuestión de poco tiempo. No hablábamos de la muerte, porque él no quería. Pero en un momento de silencio, vi que le saltaba una lágrima que reflejaba esa sensación final de pérdida. En ese momento, y señalando a los familiares y amigos que allí tenía, le dije: «Aquí hay mucha gente. Se ve que te quieren mucho». Entonces, él cambió la cara y puso una sonrisa muy grande. Le hice notar que había dejado algo a su alrededor. Porque siempre queda el amor que se ha vivido y que se ha compartido.
¿Todo el mundo es igual ante la muerte?
Yo he visto dos actitudes. Por un lado, la persona que vive el final con desesperación y cree de repente que la vida no tiene sentido. Eso es difícil de superar. Por otro lado, hay personas, como el joven músico, que lo viven con aceptación porque están satisfechas de cómo han vivido la vida. Como dice la psiquiatra Elisabeth Kubler Ross, la persona que está al final de la vida pasa por diferentes fases.
Imagen tomada de Wikipedia, artículo: 'Modelo de Kübler-Ross'. (dar click en la imagen para agrandar)
¿Cuáles?
Primero hay una negación: «esto no puede pasarme a mí». Después hay una ira: «por qué yo y no otro». Luego hay una negociación: «a ver si hacemos algo para que esto se alargue». Al final se entra en un estado de depresión de la realidad, en la que se asume que «esto es el final». Pero en algunos casos, esa depresión logra evolucionar a un estado aceptación y paz interior en el que la persona sólo quiere estar acompañada y atendida.
¿Qué se aprende del contacto cotidiano con la muerte?
Una cosa fundamental: aprendes que aquí no estás para siempre y que algún día seré yo o un familiar mío el que estará en esa cama, como ya ocurrido, y que la vida no puede estar apoyada en cosas banales. Le das más importancia a la vida y cambias la escala de valores. Aprendes que no tenemos un día que perder. Vives como si éste fuera el último día y, al mismo tiempo, con la misma ilusión que si tuviéramos toda la vida por delante. Con los enfermos aprendes que, mientras existe una pequeña esperanza, hay que aferrarse a ella. Hay que mantener y transmitir esa esperanza a la gente que tienes alrededor.
Imagen tomada de kaliski
¿Y ese tópico de mantener la esperanza hasta el final no es «enganyar al cos» y poco más?No. La esperanza es fundamental, porque cuando se pierde la esperanza se pierde la vida. Pienso en una chica que vi la semana pasada con una situación paliativa incurable. Ella sabe que no tiene un tiempo muy largo por delante, pero ha decidido vivir todo lo que pueda y está haciendo pequeños proyectos, a corto plazo, y esto la mantiene con fuerzas. De hecho, ya ha alargado el tiempo que esperábamos. Está comprobado que las personas que no luchan mueren antes y lo hacen con menos calidad de vida. Puede que ese tiempo que quede sea corto, pero tal vez es el más importante de la vida, porque será el tiempo en que te vas a despedir, a pedir o recibir perdón, a arreglar las cosas… Ésa es una de las ventajas del cáncer frente a una muerte súbita o un accidente: te deja algo de tiempo para acabar ciertas cosas.
¿Cómo hemos de prepararnos para la muerte?
Viviendo con plena intensidad y siendo conscientes de que en algún momento acabará la vida. Por tanto, hemos de cambiar la pregunta: ¿cuál es la mejor forma de vivir? Toda la segunda parte del libro habla de ello: en qué basamos la vida. Si la apoyamos en nuestro bienestar físico, antes o después fallará. Si la apoyamos en una única persona, cuando ésta desaparezca se nos caerá el mundo encima. Si la apoyamos en el trabajo, llegará la jubilación. Por eso, la mejor forma de vivir y llegar al final sin lamentarnos de haber querido vivir de otra forma, es precisamente no estar apoyado o ligado a muchas cosas. Vivir, como decía Antonio Machado, "ligero de equipaje, casi desnudo, como los hijos de la mar". No estar ligado a muchas cosas para no depender de ellas. Disfrutar de ellas, pero sin estar ligados.
Imagen tomada de ilblogdiametista
¿Ha visto a gente cercana a la muerte que se arrepentía de cómo había vivido?
Sí. Recuerdo a una mujer muy mayor a punto de morir que quería ser perdonada por su hija, a la que había hecho sufrir mucho, pero la hija no quería ir a verla. Esta mujer, al final, sufrió muchísimo más por no tener ese perdón que por la enfermedad misma. Es decir: al final de la vida, lo que puede causar más sufrimiento no es ni la enfermedad ni el hecho de morir, que al final se acepta, sino la sensación de cómo se ha vivido, si se ha aprovechado la vida o no, si uno ha vivido bien.
¿Y aquella hija visitó a su madre?
No, no quiso ir. Pero mi esposa, que era la médico de la madre, le hizo no creer, pero sí sentir que la perdonaba para que la mujer pudiera morir en paz.
Y usted, ¿cómo puede asimilar y convivir cada día con la muerte y el dolor?
No todo el mundo sirve para esto. Mira: nosotros tenemos muy claro que no vamos a curarlo todo.
Si no, obtendríamos un fracaso completo, porque todo el mundo se muere y casi la mitad de las personas con cáncer acabarán muriendo del cáncer. Así es que nuestro objetivo no es únicamente curar al paciente. También tenemos que ayudar a morir, buscando sobre todo la calidad de vida. Me acuerdo de una chica joven, con un hijo de 12 años, que poco antes de morir nos daba las gracias por cómo la habíamos tratado. Tampoco hace falta mucho: ir a su lado, sentarse, cogerle la mano, escucharla y hacerle sentir el calor humano, que es lo que da sentido a la vida.
Y cuando uno coge la mano de un paciente a punto de morir…
En ese momento sabes que le puedes dar mucho más de lo que le has intentado dar antes en la quimioterapia y la radioterapia. Antes diste tu técnica; ahora has de dar tu humanidad.
¿Usted piensa mucho en la muerte?
No… Yo vivo pensando que es posible que mañana no esté aquí, y que por tanto he de hacer lo mejor en conciencia en cada momento. Pero también vivo pensando que tengo toda la vida por delante y disfrutando de cada momento. Porque como dice la frase que cierra el libro, "los sabios piensan en la vida, no en la muerte".
Fuente: levante-emv