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jueves, 24 de mayo de 2012

De la 'malaña' humana: 3 relatos breves de Eduardo Galeano

'Malaña': contracción de 'malas mañas', y que escuché decir a un taxista motorizado con respecto a cierta conducta negativa que él observaba en su esposa.

Primeras letras


De los topos aprendimos a hacer túneles.
De los castores, aprendimos a hacer diques.
De los pájaros, aprendimos a hacer casas.
De las arañas, aprendimos a tejer.
Del tronco que rodaba cuesta abajo, aprendimos la rueda.
Del tronco que flotaba a la deriva, aprendimos la nave.
Del viento aprendimos la vela.
¿Quién nos habrá enseñado las malas mañas? ¿De quién
aprendimos a atormentar al prójimo y a humillar al mundo?

Puntos de vista

Desde el punto de vista de una lombríz, un plato de espa-
guettis es una orguía.
Desde el punto de vista del oriente del mundo, el día del
occidente es noche.
En la India, quienes llevan luto visten de blanco.
En la Europa antigua, el negro, color de la tierra fecunda, era
el color de la vida, y el blanco, color de los huesos, era el color
de la muerte.
Según los viejos sabios de la región colombiana del Chocó,
Adán y Eva eran negros, y negros eran sus hijos Caín y Abel.
Cuando Caín mató a su hermano de un garrotazo, tronaron las
iras de Dios. Ante las furias del Señor, el asesino palideció de
culpa y miedo, y tanto palideció que blanco quedó hasta el fin
de sus días.
Los blancos somos, todos, hijos de Caín.


La cultura del terror

La extorsión,
el insulto,
la amenaza,
el coscorrón,
la bofetada,
la paliza,
el azote,
el cuarto oscuro,
la ducha helada,
el ayuno obligatorio,
la comida obligatoria,
la prohibición de salir,
la prohibición de hacer lo que se siente
y la humillación pública
son algunos de los métodos de penitencia y tortura tradicional
en la vida de la familia,
Para castigo de la desobediencia y escarmiento de la
libertad, la tradición familiar perpetúa una cultura de terror que
humilla a la mujer, enseña a los hijos a mentir y contagia la
peste del miedo.
-Los derechos humanos tendrían que empezar por casa- me
coment, en Chile, Andrés Domínguez.

(tomado del libro "Ventanas", de Eduardo Galeano)


lunes, 28 de noviembre de 2011

Cuentos de la infancia de Alfredo Alvarado, "El Rey del Joropo" (mi padre), VII y VIII.

DEL CORRECCIONAL AL HOSPITAL
(cap.VII)

Fui a parar a un correccional de Maracay. Mi papá me echó el guante en la calle por medio de un homosexual que se llamaba Jerónimo, y me mandó para la Trinidad. Un correccional que era peor que lo malo, administrado por unos curas alemanes que daban el palo que daba tristeza. Uno de los curas mataba gatos con una escopeta. La diversión de él era matar gatos. Unos sádicos esos curas, poseían a los muchachitos allá dentro. Claro, ellos estudiaban a los niños. Al que tenía alguna tendencia feminoide lo mariqueaban. Yo me salvé de que me corrompieran porques se me infestó la pierna, la parte de los tobillos que tenía la piel muy sensible a causa de los grillos. Los curas me mandaron para el hospital. Y al hospital fui a parar con un gato en la bolsa de la ropa. Cuando llegué, me quitaron la bolsa para revisarla. Al abrirla, saltó el gato. ¡Un gato! -gritó la enfermera-. Y vivo -le dije yo-


En el hospital comenzaron a tratarme la pierna. Me trataban la llaga con permanganato y polvos de sulfatiazol, que era lo que había. Entonces yo si veía que las personas que se morían en la sala donde yo estaba quedaban desvalijadas, pues llegaban los enfermeros con la camilla y lo primero que hacían era registrar debajo del colchón y de la almohada, y, si había un
bojote, un pañuelo con billetes y tal, se lo cogían. Empecé a ver, pues, que los enfermeros robaban a los muertos, que si sortijas, que si cadenas, que si correas, que si zapatos, toda vaina (cualquier cosa), cigarrillos, galleticas. Y me puse a cazar a los que se ponían graves.

Al lado mío había un hombre que tenía hidropesía y yo oí que el médico le dijo a la enfermera en una de ésas que estuvo de visita: este hombre se muere. Y me dije: ¡coño! éste se va a morir. ¿Cómo hago para quitarle los reales antes de que se lo vayan a quitar los enfermeros? Me hice amigo del hombre esa misma tarde. Se llamaba Tiburcio. Le dije: estoy a su orden, cuando usted quiera una vaina cualquiera, usted me avisa, que yo soy el que le va a atender desde ahora en adelante porque a usted no le para nadie (no le hacen caso). No moleste al enfermero ni a la enfermera ni a nadie, que yo lo atiendo. ¡Ay, mijito! caramba, muchas gracias, eres como un hijo. Me llamaba: ¡Ay, mijito! quiero agua. En seguida. Buscaba el agua. Aquí está el agua. Le trajo naranjas la familia. Yo le pelé las naranjas. Yo le botaba el pato. Pasaron siete días. las enfermeras muy contentas, porque les quitaba trabajo. Tiburcio muy contento porque no le faltaba nada. La familia de Tiburcio encantada conmigo. Hasta me traían mis naranjitas y mis juguitos. A los veinte días, como a las once de la noche, oí que dijo: ¡Aaaay! y templó el cacho. Yo dije: se murió.

Entonces metí mi mano por debajo de la almohada y jalé mi herencia, lo que me pertenecía en realidad. Cogí mi bojotico, un pañuelo con reales, y me fuí al jardín. Un jardincito que quedaba al frente de la sala nuestra. Un jardincito de rosas. Abrí mi hueco y enterré el pañuelo. Y me vine a acostar sin decirle a nadie que Tiburcio se había muerto, y me quedé tranquilo. No sé si me dormí. De repente oí el run run. ¡Se murió el dieciocho! -dijo alguien-. Llegaron los camilleros con la burra, una bicha de palo que alzaban para montar los muertos. Montaron a Tiburcio y comenzaron a registrar debajo del colchón, debajo de la almohada, en la funda. Registraron los zapatos. hasta se pusieron a registrarle los bolsillos. Volvieron una zaranda todo aquello. Entonces, al no encontrar nada, me llamaron: mira, chico, mira, se murió el hombre que tu atiendes. ¡Cómo va ser! -respondo-. Pobre Tiburcio. ¡Ay! Tiburcio, que desgracia, que dirá su familia que lo quería tanto. Y me puse a llorar hasta que me alzó uno de los camilleros: ¡Mira, niño! ¿tu no has visto el pañuelo que él tenía debajo de la almohada? ¡Ay Tiburcio, pobre Tiburcio!, no, yo no he visto ningún pañuelo, no, no puede ser, pobre Tibur... A mí me huele -dice el camillero- que tu cogiste el pañuelo. No, señor, yo soy incapaz. ¿Incapaz?.

La cosa quedó ahí. Se llevaron a Tiburcio. La familia vino a buscarlo al día siguiente. La mamá de Tiburcio me fue a ver a mi cama. ¡Hijo!, te has portado muy bien con Tiburcio. Dios te lo pague. Y me dió dos bolívares y un beso en la frente. Me puse muy triste y hasta lloré. Adios, señora, usted es muy buena.


A la noche siguiente me fui al jardín, desenterré el pañuelo, salté por la pared y me fui.
En el pañuelo tenía cuatrocientos bolívares y unas monedas de oro, unas morocoticas.
De un solo trancazo fui a parar a Maracaibo.



De Maracaibo a Caracas
(Cap VIII)

A Maracaibo fui a trancar. Me compré unos pantalones, muy de moda entonces. Me compré una pajilla así muchacho com estaba, y empecé a gastar mis centavitos hasta que me quedé pelao y limpio. Ya limpio me dijeron que había una fiesta en el Moján. Me dije: Voy para la fiesta. Me fui a pie, por la línea del tren, por ahí me fui y cuando vine a ver ya era la cosa lejísima y tuve que dormir en el monte y beber agua en un pozo y llegué a los tre días al Moján. Se había acabado la fiesta. Sólo quedaban los papelitos pegados en las paredes y en los postes de la plaza. Pero me encontré con un aviso que decía: Se solicita un muchacho. Era una bodega. Pregunté: ¿Usted solicita un muchacho? Sí. yo solicito un muchacho -me dijo un hombresote barrigón-. Usted va a ganar un real diario. Un real es lo que pagamos y tiene, pues, que ir a buscar los plátanos con el burro. Pero, ¿a dónde? -pregunto- No se preocupe, el burro sabe -me dice el hombresote... -Usted se monta en el burro y el burro va a buscar los plátanos. Lo que tiene es que montar el burro.

En la tarde salí con el burro. Fui a parar al río. Regresé con los plátanos, pero el trabajo no terminaba ahí. El hombresote me mandó a barrer la bodega, a limpiar los peroles, a colocar el papelón, a cambiar el casabe y picralo. No, ahí no se paraba de trabajar.
Al otro día cobré mi real y me vine para atrás en una colita que me dieron en un camión de carbón.

Llegué enfermo a Maracaibo, con una disentería. Traía un parásito que llamaban "tenia nana", una solitaria de perro, una cantidad de bilharzia y amibas. Fui a para al hospital y estuve ocho días hasta que un médico decidió operarme. Me fugué del hospital con todo y batola. pero terminé preso por andar vagando en el mercado.
A los dos días estaba en caracas otra vez, porque mi papá había puesto el denuncio y el denuncio funcionó.



Glosario del cap. VI:
- vaina: cualquier cosa
- no pararle: no hacerle caso
- pato: bacinilla para enfermos usada en los hospitales.
- templar el cacho: morirse
- bojotico: paquete pequeño
- zaranda: desorden
- morocota: moneda antigua de oro y de plata

Glosario del cap. VII
:
- trancar: Llegar
- pajilla: sombrero
- de un sólo trancazo: de un sólo impulso
- pelao, limpio: quedarse sin dinero
- peroles: cacharros
- papelón: pán de azúcar sin refinar
- casabe: Torta o galleta hecha con harina sacasda de la yuca o mandioca
- colita: auto-stop
- denuncio: denuncia policial

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miércoles, 26 de octubre de 2011

Cuentos de la infancia de Alfredo Alvarado, "El Rey del Joropo" (mi padre), Cap. V y VI.


PRENDÍ LAS PIERNAS

(Cap. V)


Conseguí trabajo en el cine. El Dorado, un teatro, como vendedor de caramelos y chicle y chocolates. Un tipo me dió una cestota. Yo entraba en el teatro y decía: ¡caramelos, pastillas de limón, chocolates, chicles, caramelos de menta! Eramos varios muchachos. La única niña era yo, porque andaba disfrazado de muchachita. Pero duró horas el trabajo. Me pasié por todo el teatro, mientras comenzaba la función: ¡caramelos, chicles, pastillas de limón! Cuando apagaron las luces, prendí las piernas: Me fuí con cesta y caramelos.

*(Prender las piernas: marcharse de un lugar a toda carrera)



COMENCÉ A CONOCER DELINCUENTES EN LA POLICÍA

(Cap. VI)

A los tres días caí preso por primera vez, pues las veces anteriores había caído por vago pero no por cometer un delito. Resulta que me hacía falta una bicicleta que alguien había dejado en el hotel y decidí robármela. Así fue. A las dos horas estaba preso y me ficharon. Me fichó un tal Frías, Jefe en la Sección de Robos de la Comandancia General de Policía. Me sacaron mi foto, me pusieron el número 911 en la ficha y me metieron en un calabozo para muchachos. Ahí me hice hombre. Para ir al baño tenía que atravesar un largo pasillo.

Los bugarrones, esos que les gusta coger muchachos, estaban atentos a los que salían para el baño. A mí me tocó ir a mear, pero salí mosca y con una especie de chuzo que había hecho de una lata de sardina. En el camino me salió un bugarrón. Le dije: ¡no me agarre, vale! pero el tipo se me vino encima y me agarró las nalgas. Yo saqué el chuzo y se lo bajé desde la garganta hasta el pecho. ¡Coño, me jodiste!, alcancé a oír en la carrera. Al rato me llamaron a rendir declaración. Al bugarrón se lo llevaron para el hospital. ¿Qué pasó? -me preguntó el sargento-. Pues que ese bugarrón -el sargento tosió fuertemente-, que ese bugarrón intento cogerme y me agarró las nalgas y ¡que vaina es ésa! Vaya para su celda -me dijo el sargentoi-, antes que le mande as dar una paliza. Pues me voy -le dije-. Desde ese momento me sentí un hombre, un macho. Empezaron a respetarme. Cuando salía para el escusao, me decían: ¡qué huhibo, mijo! ¡quieres un cigarro? y tal, y me congratulaban. ¡Este carajito es jodío! Allí pasé una semana. Empecé a conocer delincuentes y a conocer delincuencia. Nadie se ocupaba de correciones ni de aconsejar. Salí hombre, dispuesto a continuar mi vida que se asomaba.

Bugarrón: 1. m. vulg. Cuba. Varón homosexual.

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lunes, 11 de abril de 2011

Las crónicas de Ulloa

No soy de los más antiguos que a las Indias pasaron. Mi nombre es Ulloa e ha mucho tiempo que estoy acá. Embarqué a destas tierras de árboles muy verdes e temperamento suavísimo hasta llegar hacia la parte del valle de los toromaynas, ciudad fundada como Santiago de León de Caracas. Mi corazón, obligado a la aventura, puso empeño en fisgar con propios ojos, las meravillas del Nuevo Mundo e más que del oro, encontré muchas juglarías para contarle, a cambio de recebir los favores que pretendo de vuesarced.

Un viejo soldado del Conquistador Losada llamado López me dixo, que en llegando con tropas al Valle de la Sierra Grande Guararia Repano, acamparon en riberas del Catuche por miedo a indios envenenadores de ríos. Yendo a buscar desta agua, él i un jinete que mientan Martínez el castizo, encantados con guacamayos i dementes monos araguatos e persiguiéndolos, fueron dar lejos de sus compañeros.

Guacamayas al vuelo, pintada por José Moreno. Imagen tomada de arte-i.


Al otro lado de la aguada detrás de un montecillo, tres toromaynas de recios i fornidos cuerpos e una hembra dentrambos, yban sin descubrir a los fijodalgos. El primer día dencontrados cada quisque quedaron quietos, e todos vidos a los ojos; los indios atentos a disparos e los jinetes a flechas alevosas. Los xripstianos non fizieron cosa querellosa contra dellos al dar la cuenta que los infieles eran más curiosos que fieros e con sonrisas dulcísimas como frutos del valle, los nativos lograron provecho de los caballeros. La indiana, desnuda en pecho ojeó templada a los xripstianos, pero a Martínez enclavó con ojos negros igual a noches graves e lindas de Guararia.

India, de Pedro Centeno Vallenilla (Venezuela). Tomada de Grascimanía

Sin moverse, largo tiempo pasó desto, miránse unos i otros, entonces los indios comenzaron facer a ellos gestos. Con mano cóncava una, e la otra hacía de sacar hacia arriba algo desta, después señalan la aguada i tócanse el hombro. Los soldados entendieron en primeras, aviso de no tomar líquido por ser envenenado, más fue l’alma del castizo lo emponzoñado. A poco pensar supieron las señas desa raza, querían yevarse aguas en grandes vasijas a lados arribeños de Guararia, dizque montaña sacra. Ansí, al querto día de semana por un mes, Martínez tuvo nescessidad de aquestos seres en la ribera, i mucho caminaba para encontrarlos i mirarse quietos un rato, luego los indianos hacían mesmos gestos i con el río en hombros marchabanse. Un día, más cerca dellos, el castizo diose cuenta que la india non facia gesto igual que en primeras veces; la toromayna, después de encuencar su mano e simular recoger algo del fondo de su palma con los dedos, en vez de apuntar al río señaló los ojos del, en vez de tocar su hombro tocóse los labios della.

Martínez, cogido en fuegos enantes ausentes vido a Gauraria Repano e corrió trastornado en mientes con la hembra, e perdido muy adentro de la sierra prendió la lengua desta moza e fizola suya. Non sabía que destos hijos nacería en el valle raza nueva de ojos garzos e morena.

..nunca jamás súpose dellos…



Guararia Repano o montaña El Avila, en Caracas, Venezuela. Imagen tomada de runrun.es

El gobernador Don Juan de Pimentel asegura que Santiago de león de Caracas está fundada en una comarca que se llama Toromaynas, porque los naturales que en ella viven se llaman así y dicen que en tiempos pasados, según se ha podido averiguar, vinieron de otra comarca, donde ellos eran naturales, que se llamaba Toromayna, y éste nombre es propio de un pájaro que en su canto parece que dice mayma, y el nombre general de estos pájaros es toro, y es como si dijesen: pájaro que canta mayma

El conquistador Gabriel del Avila que por tener encomienda en la sierra Guararia Repano le quitará el nombre indiano de Guararia Repano para darle el suyo propio 'del Avila'



* Las crónicas de Ulloa, Amerindia Castro © todos los derechos reservados.

Este relato fue un intento de reunir en una sola página formas de enunciación
del español antiguo que en lo real tardaron siglos.


Tomado de Historia del idioma español, en Wikipedia


(ver otros escritos de Amerindia Castro aquí y aquí)

domingo, 12 de septiembre de 2010

Sólo brillan mis ojos cansados. Amerindia Castro

En la iglesia, las arrugas y las penas de los penitentes van de la mano. Las zanjas de dolor aspiran rellenarse a fuerza de ceras derretidas. Llevo mis setenta años en silencio hasta la Inmaculada e imagino entonar a Lola Flores y García Lorca el ficticio estribillo: por cada dolor una vela, por cada arruga una pena. Tomo asiento y empiezo a dar gracias por la salud de mi nieto; en el décimo líbranos del mal las ojeras de una anciana atraen mi curiosidad, sus párpados inferiores reclaman insistentemente una imagen.


Al iniciar el Dios te salve, en mi mente, las viejas bolsas oculares comienzan a inflarse...llena eres de gracia... las pupilas desconocidas son ahora protuberancias marrones... el señor es contigo... toman forma de aréolas... y bendita tu teta... ¿pero qué digo?, es ¡ERES!, ben-di-ta-tu-¡E-RES!... entre.. los círculos obscuros se escurren al centro de sus ojeras infladas.... todas.... ¿es lo que creo que es?... las... ¡son senos de mujer!


Intento apartar la figura concentrándome en el fruto de tu vientre y veo la parte inferior de un abdomen... -¿espelucado?- ¿Qué me pasa, Santa María, madre de Dios?, ruega por nosotros los pecadores ahora.... ¡no!.. de nuestra muerte en aquella fiesta impúdica... No me dejes caer en la tentación, como caí hace más de cuarenta años... libranos de recuerdos mal enterrados... perdona las ofensas de mi memoria, y someto mi voluntad cerrando con fuerza los ojos... Dios te salve... que estás en todos lados así como estas en esos ojos viejos, fuente de mis desvaríos, el señor es cont... ¡Es...ella! ¡La Virgen!

Padre nuestro que estás en el cielo ojalá no me reconozca... santificado sea... su cuerpo anciano es todo un dedo... hágase tu voluntad así... toca mi entrecejo... que por obra y gracia del espíritu santo... he perdido la cuenta y ésa no es la oración... ¿por dónde iba? ¡ah! en hágase tu pan, ¡No! ¿quién hace el pan? ¡por Dios, es Dios¡... y perdona nuestras ofensas así como también... la perdoné cuando me echó la culpa... perdonamos a... el maquillaje le sienta bien... los que nos ofenden... disimula su terrible carácter... ahora y en la hora -¿cómo salgo sin que me vea?... de... la amargura no se le nota como antes.... Dios te salve... seguro me agrede si se acuerda...María... siempre fue demasiado tiesa... llena eres de... lo dicho de cara seria es en ella una verdad... el señor es contigo... yo no tuve la culpa... bendita tú eres... así no puedo seguir...Venga a nos, ¡Vámonos que ya me vió!

Inclino la cabeza en señal de humildad pero más bien oculto mi rostro. Decido marcharme en el instante que busca algo en su cartera, más no puedo eludirla porque está justo al frente, delante de la Virgen. Saca unos anteojos y mientras se los ajusta huyo hacia el Nazareno, tal vez él me libre de este bochorno. Camino lentamente pero una negra forrada en púrpura me tropieza, detengo la marcha. Definitivamente ya no estoy para emociones o careos afectivos, sin embargo creo haberme librado de ella cuando una mano se posa en mi hombro. Volteo y es mi pasado abriendo lentamente los labios:

-¿Cómo está usted, tanto tiempo...?

Me siento insegura al contestar pues su cara es la carne grosera de su vientre, siento que la risa nerviosa desplazará la respuesta cortés. Me mira interrogando el contorno de mi cara como si aún no lograra precisarme en el tiempo y yo acaricio la ilusión de que padezca Alhzeimer. Mi respuesta ambiciona no darle pista alguna. El tono de mi voz, la mirada de antaño, la sonrisa de siempre se vuelven estúpidas máscaras. Me pregunta por el estado de mi familia, contesto tratando de no ser aquella que conoció.

-Muy bien ¿y la suya?.

Me doy cuenta de la entonación delicadamente agresiva que he dado al artículo y al pronombre de la segunda persona. De inmediato suavizo mi lucha contra el azar, con la contingencia impertinente de una mujer metamorfoseada en imputación añeja, dolor que cure sin velas o lo que es lo mismo, zanja vivida hasta el fondo de mi dermis. Observo la forma en que están trazadas las arrugas en sus mejillas, son reposadas, de aspecto apacible, pero me inquietan las bolsas de sus ojos. Siento el impulso de preguntar cuántos tormentos martilló en sus párpados e imagino que figuro en alguna parte de su cuerpo como expresión vivida, que tal vez soy la arruga número 21.

-Mi familia está muy bien. Dios me permitió quedarme con cuatro hijos de siete partos. Perdone, no recuerdo su nombre.

Estoy segura de que no sabe quién soy, entonces recuerdo a la protagonista de una famosa novela, Amanda Mozart. Antes de pronunciarlo concluyo que el apellido es demasiado ostentoso para decirlo dentro de una catedral en el trópico.

-Amanda. Amanda Martínez.


Ya son demasiadas palabras. Rápidamente debo descubrir la fórmula para despedirme. Ella encuentra otra para alargar un tiempo que deseo contraer. Dice que me veo estupenda a pesar de los años y pregunta por la salud de mi esposo. Contesto que respeto mucho la sagrada institución del matrimonio pero siempre he estado muy bien sola. La respuesta, aparte de ser falsa, esconde la congoja solitaria sentida tiempo atrás, en tanto que posterga el momento de irme.

Me recrimino el mentir en el interior de un recinto sagrado, pero es la única manera que encuentro para fastidiarla en el seno de mi anonimato. Seno, imagen que interrumpió las rezos de “tentación y pecado”, tríada carnal sacrílega que excluyó al padre y al espíritu santo. Pienso que ya son demasiadas herejías, y es urgente el acto sacramental de la confesión.

-Disculpe. Pensé que se había casado. Yo estuve casada tres veces. Enviudé dos, pero estoy de acuerdo con usted. Después de haber vivido la sagrada institución del matrimonio tantos años, es mejor estar sola.

Finalmente le digo que me tengo que ir, que ha sido un placer verla. Extiendo la mano donde figura mi anillo de matrimonio. Ella la retiene para observarlo. Callo. Me pide un teléfono donde llamarme. Contesto que vivo fuera del país. Pregunta cuál país, respondo “En España”. Cada mentira se prolonga en ella para retenerme. Lucho para no quedarme. Dice que mi rostro es un mapa


que seguirá en su memoria. No quiero entender y desaparezco.

Afuera el sol es un insulto a las pupilas. Desesperadamente quiero sentarme, sus últimas palabras me han debilitado. Detrás de mí una voz de mujer llama a una tal Amanda. Decido no responder pues me siento como Lot. Ahora dice mi nombre y el oírlo me convierte en la mujer de Lot. Me alcanza y vuelve a posar su mano en mi hombro. Resoplo fastidiada, dispuesta a revelar mi nombre, el verdadero vínculo, su traspaso de culpas. Sus ojos miran dulcemente mi dureza para decir que siempre me recordó con verdadero amor todas las veces que dijo sí ante el altar. De inmediato supe que yo había sido el mazo que inflamó para siempre su mirada, y que el tormento estuvo constantemente en mi propia vida, sin ella.

En la autopista, mientras manejo, Lola Flores le canta a mís lágrimas su Pena, penita, pena y García Lorca en el asiento trasero, asiente sonriendo.

Amerindia Castro


Lola Flores

Ay pena, penita, pena


en http://www.youtube.com/watch?v=9Hn96uHkthU

Escrito por Amerindia Castro

link de la 3ra imagen: Gene Tierney
link de la última imágen: david.cristinacce