Para poder ordenar al mundo, es necesario conocer los conceptos de "lo mismo" y "lo otro", de la diferencia y la similitud entre cosa y cosa o entre palabra y palabra (M. Foucault. Las palabras y las cosas). El ser humano se transforma en humano cuando conoce lo que es contrario a sí mismo. Esto es, cuando descubre a lo inhumano. En este momento reconoce que él, es lo mismo que otro humano.
Esta ha sido la historia de la identificación, de la correspondencia de las formas con lo real. Pero, dentro de esa historia hay momentos que reflejan la grieta oculta en el lenguaje. Huecos negros por donde es absorbido el sentido, lugar en el que las cosas deben correr tras sus correspondencias. Es el momento en que irrumpe la paradoja, la ironía.
Son lapsos en los que una mala fe sintáctica implanta la duda en el interlocutor, secreta malediscencia que afirma algo no manifestado.
El sujeto objeto del ardid, no comprende lo que adviene y coloca la vacilación disfrazada de afirmación, dentro de terrenos confiables a la razón, para tratar de escapar al desconcierto: "¿me habré equivocado cuando interpreté...?, ¿a qué se refería cuando dijo...?"
De esta manera, no estando seguro de la incertidumbre, queda acorralado por la simultaneidad de las oposiciones, es pieza cazada de la ironía y la paradoja. Desde el fondo de su existencia, descubre lo discontinuo y entonces ríe, ríe...
No hay comentarios:
Publicar un comentario